Lucho en la inmortalidad. A 30 años del 15 de enero


I. Cada 15 de enero, durante estas tres décadas, ha sido un día especial. Hoy, volveré a sacar el libro de mi papá Los cuatro días de mi eternidad, lo hojearé nuevamente, me detendré en algún pasaje e iniciaré un diálogo con Lucho. Más tarde escucharé el disco compacto que tenemos grabado, aquel que Rainer –el gran amigo- registró en la reunión en su casa unas semanas antes de que lo mataran. Escucharé su voz, sus chistes, sus cuentos, sus canciones. Volveré a reproducir aquel momento, cuando yo tenía tan sólo diez años, y mi padre 36. Podré identificar la voz de Betina mi madre, la compañera y la amada; y Patricia, la hija de 14 años que ríe al calor del delicioso ambiente. Me veré a mí mismo, juntaré imágenes de mi memoria y las recreaciones de los relatos tantas veces escuchados sobre aquella última reunión.

II. Como vivo lejos, no podré ir al Cementerio Central de La Paz. Lo he hecho decenas de veces. Frente a su tumba, desde aquel día hasta mi último viaje a Bolivia, he pasado largos momentos meditando, dialogando, preguntándole cosas, contándole lo mío. He ido a su nicho en los pasajes más intensos de mi vida. Le he presentado a mis hijos, a sus nietos; le he compartido mis logros; le he llorado mis fracasos y le he cuestionado su ausencia. Su tumba ha sido un lugar para el silencio, para el intercambio místico con los que nos precedieron, los que partieron antes. Ahí, al frente, he sentido mi alma juntarse a su inmortalidad, desde niño hasta hoy. Pero como estoy lejos –decía-, hoy prenderé una vela en mi departamento en México, frente a una foto suya volveré a las preguntas de siempre, a ese nostálgico intercambio con mis muertos, con mi padre ausente.

III. Y más tarde, tendré que recrear la historia con los míos. Reuniré a mi pequeña familia –él se refería a nosotros cuatro como “mi tribu”- y les contaré quién fue su abuelo, por qué luchó, por qué lo mataron, cómo viví esos momentos. Intentaré retratarlo, recrear el momento político por el cual atravesábamos, lo que llevó a su trágico asesinato. Les contaré parte de mi infancia en la dictadura, cómo había que cuidar las palabras en el colegio, o el miedo cuando se paraba un auto en la puerta de mi casa pensando que podían ser paramilitares. Relataré nuevamente hora por hora la tarde del 14 y el día 15 de enero del 81: papá no llegó a dormir –crecía el miedo-, nos metimos todos juntos en la cama; al día siguiente mamá salió en su búsqueda, nos llamaba cada dos o tres horas y la pregunta era: “¿todavía hay esperanza?”, hasta que la última respuesta fue: “no, el papá está muerto, está conmigo”. Pero también les contaré cómo surge la esperanza en la tragedia, por qué los hombres dan su vida para hacer avanzar la historia, para luchar contra el tirano. Eso sólo lo hacen los gigantes.

IV. Y por supuesto pensaré en Bolivia, en la de Lucho y en la mía. Veré las luces y sombras de la coyuntura, los aciertos y los errores de quienes gestionan la política día a día. Con tantísimo gusto podré decir que el país cambió, que vivimos tiempos intensos, nuevos, de esperanza. Conflictos sí, tensiones y contradicciones, pero un horizonte diferente. Podré decir con orgullo y certeza que nada de lo que hoy se está cosechando hubiera sido posible sin hombres y mujeres de su estatura, que dieron hasta el último suspiro por la justicia, por construir una nación de iguales y libres. Veré a Lucho al lado de su amigo y colega Luis Espinal, de Marcelo Quiroga Santa Cruz con quien sostenía múltiples charlas, del Che a quien le escribió unos versos, de los mártires latinoamericanos, de sus compañeros que murieron junto con él, de los sublevados indígenas como Túpac Katari que imprimieron la dignidad como impronta para Bolivia, lo que luego se concretó en la frase tantas veces repetida: “morir antes que esclavos vivir”. Tendré la certeza de que Luis Suárez Guzmán le pertenece a la historia, le pertenece a la nación; no a una familia, a un partido o a una coyuntura, sino a todos los bolivianos y en general a los seres humanos que buscan justicia.

V. Llegará la noche, apagaré la vela, guardaré el libro, el disco compacto y la foto, volveré a mi vida cotidiana. Pensaré en la herencia de hombres como él, repetiré los nombres de los siete compañeros que murieron el mismo 15. Y seguiré caminando con Lucho a mi lado, tan ausente como inmortal.

Comentarios

Omar Rocha Velasco ha dicho que…
Muchos disfrutamos de la herencia que hombres como él dejaron, y duele que políticos sin ninguna lucha más que la parada de gallito actúen olvidándose de la historia.

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