Bande Desinnée V (Naranjo)
¿Por qué referirme, en este espacio que estoy dedicando a la (BD), a la caricatura? Difícil de responder. Quizás porque aunque entiendo que son expresiones con intensiones distintas, ambas reposan en el manejo de lo visual con la necesidad de expresar un mensaje. Hablemos de Rogelio Naranjo (Michoacán, México, 1937).
Es difícil encontrarse con un caricaturista tan completo. Su trabajo es ampliamente conocido en México, publicó en las revistas periodísticas más importantes desde los sesenta hasta nuestros días. En la actualidad es el responsable de la caricatura principal en el semanario Proceso y regularmente publica en el periódico El Universal.
Leer a Naranjo es delicioso. Seguramente es uno de los herederos del muralista José Clemente Orozco por su destreza técnica y su capacidad satírica. Recordemos que Orozco –que en lo personal es mi muralista consentido- mostró cómo la ironía y la participación en medios bien podían ir de la mano con la rigurosidad escolar. Naranjo precisamente sintetiza y renueva esa tradición: es técnicamente impecable, creativamente envidiable y políticamente radical.
La precisión en el trazo de Naranjo es remarcable. Compone con la técnica de la combinación de cientos de “rayitas” –como él mismo dice- para que su dibujo exprese lo que quiere. Se puede pasar un día entero en una sola caricatura hasta que le quede perfecta. Tiene un dibujo fino y preciso que deja ver su formación académica que, lejos de ser una prisión de reglas formales, se convierte en un recurso de expresión y precisión.
Como una exigencia de su propio género, Naranjo es un crítico implacable con el poder. Perteneciente a una tradición de la izquierda mexicana, su análisis político es comprometido y pertinente. Ironiza al discurso oficial en lo político, económico y social, y reivindica a los desfavorecidos del sistema. Sabe que hacer un dibujo humorístico en periódicos implica estar atentos a la realidad cotidiana, leerla con distancia, develar sus engaños y mentiras, lo que conduce inevitablemente a la intervención directa y sostenida en el debate público. “Somos criticones –dice Naranjo-. Somos una pequeña parte de la conciencia crítica del país”.
Pero su voz no es la de un especialista iluminado. Él mismo confiesa que la fuente de su crítica no está en sus ocurrencias sino en su capacidad de escuchar, en la vida diaria, en la calle, en el mercado, en el taxi, el sentimiento burlesco del pueblo frente a sus gobernantes. De alguna manera manifiesta el desencanto que escucha, lo transforma, lo dibuja y crea un nuevo lenguaje. Por eso es tan querido por tantos; en su trazo miles de mexicanos se sienten representados y dignificados.
Naranjo es un excelente artista, analista político pertinente, caricaturista mordaz y militante progresista. Una síntesis deliciosa. Un personaje de esos con los que da gusto coincidir en tiempo y espacio.
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