Cuaderno de Notas Escribir


No sé bien por qué, pero tengo una relación especial con la escritura. Seguramente el origen debe estar en la repentina muerte de mi padre, cuando tenía apenas 10 años.
Él publicaba regularmente en los periódicos, y tras su desaparición, mi madre recopiló todo -artículos, poemas, canciones, cartas- y editó un libro que hasta ahora está en mi cabecera. Su ausencia fue, en parte, aminorada por sus textos. Desde ahí las palabras han ocupado un lugar especial en mi vida.
Años más tarde, cuando era estudiante de licenciatura, un profesor de esos que no se olvidan, nos dio como tarea escribir un diario. Nos decía que en él teníamos que vaciar todo lo que queramos, desde la descripción de una banalidad, hasta algún comentario razonado de un libro o película.
Seguí al pie de la letra la exigencia, y empecé a sentir una extraña sensación de estar construyendo un libro de mi propia existencia. Hubo un momento en que, el día que no me sentaba frente a mi máquina Olivetti –no había computadoras-, parecía que no lo hubiese vivido.
Luego mi profesión, la sociología, me condujo irremediablemente hacia los libros, los de otros y los míos. Así, poco a poco, la práctica escritural se me ha hecho algo tan regular que cuando llega la noche siento un vacío si no he pasado por el teclado. Las palabras se han vuelto una compañía indispensable, escribo para distraerme, para investigar, para comunicar, para soñar, para reír, para denunciar, para crear, para fantasear. Escribo, como bien lo han dicho tantos, para vivir, o para sentirme vivo.
Tengo claro que, a pesar de mi pasión por las letras, no soy propiamente lo que se conoce como un escritor, sé que soy sociólogo, pero insisto a mis colegas y a mis estudiantes incorporar esta práctica de manera sostenida. No faltará quien se pregunte el porqué de esta reflexión. Durante mucho tiempo he vivido un divorcio entre una manera de entender las ciencias sociales y su distancia con la literatura.
De hecho las últimas décadas he publicado varios libros científicos y, en la acera del frente, otros que más bien son narrativos. Pero el azar me ha sorprendido con varios autores que me han mostrado un camino que acerca estas dos maneras complementarias de conocer. Ahora estoy encantado –en el sentido más tradicional de estar sometido “a poderes mágicos”- con la escritura etnográfica, y espero seguir por ese sendero.
El caso es que esto me ha llevado también a intentar mantener una columna periodística donde pueda compartir ideas y experiencias. No ha sido fácil. Como vivo en México, la distancia con el país ha hecho que poco a poco me vayan dejando en el olvido. Por eso agradezco mucho a Carlos Morales, a Mónica Salvatierra y en general a El Deber por acogerme en sus páginas.
He decidido llamar esta columna quincenal Cuaderno de notas. Como muchos, ando por la vida con una libreta pequeña que es una bitácora de intimidades. No la suelto. Ahí registro ideas, experiencias, sentimientos. Prácticamente no hay un filtro, todo cabe.
De eso se tratará este espacio. Voy a dejar que la libertad conduzca mis dedos, me permitiré escribir sobre sociología, cultura, religión, política, cine, libros, música, vida cotidiana, angustias, paseos, recuerdos y todo cuanto puede caber en un cuaderno.
Buscaré que el tema no lo defina la coyuntura o la política, sino el placer y la sorpresa. Cada semana cuando me siente a preparar este texto, lo haré desde algún café, normalmente en Coyoacán en la ciudad de México, y disfrutaré de cada letra tecleada procurando compartir con quien me honre con su lectura.
Queda la invitación, ojalá me acompañen en esta nueva travesura

Publicado en "El Deber" 28/022016

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