La madera que forja historia
Reseña del libro "El legado mesiánico. La sillería del coro de San
Agustín"
Carlos
Martínez Assad
UNAM,
México, 2015
Hugo José
Suárez
Carlos
Martínez Assad es uno de los autores más eclécticos y creativos de nuestro
tiempo. Quizás su principal característica es ser curioso, arriesgado e
imaginativo. Pertenece a una generación que se construyó entre la conferencia y
la novela, entre el cine y la teoría, entre la calle y el aula.
La obra de
Martínez Assad navega con igual soltura entre el cine, la historia o la
literatura. Un año ofrece un texto sobre la ciudad que nos dejó el cine; otro
nos invita a acompañarlo a un viaje por el Líbano con la valija llena de
recuerdos de su abuelo; uno más profundiza en la experiencia cruzada de
maestros rurales en Hidalgo y una familia migrante de medio oriente que se
instala en el corazón del campo mexicano.
Su propuesta
intelectual ha sido construir puentes más que levantar murallas. Ha publicado
importantes estudios sobre historia, ha estudiado la relación entre el Medio
Oriente y México. Apasionado por la imagen, ha producido películas y promovido
acervos fotográficos.
El libro El legado mesiánico se encuentra en esta
larga búsqueda histórica y explicativa. Se trata de una edición muy cuidada que
presenta analíticamente la sillería en cuestión. Sus 266 páginas de papel Multiart de 150 gramos contienen texto y
fotos de alta calidad a través de las cuales uno casi puede meterse en cada uno
de los retablos.
Está dividido
en cuatro partes: El convento y el templo de San Agustín, La gran obra de la
sillería del coro, La doctrina teológica de San Agustín en la sillería, La
sillería del coro. El autor propone un análisis en varios niveles que
contemplan el contexto de la elaboración con sus implicaciones en la historia
del arte, y la inmersión en la propia obra resultado de una intención teológica
particular que debe ser deconstruida.
La sillería
se enmarca en el importante emprendimiento de la orden agustina que llegó a
México por Veracruz tempranamente en 1533 poco después de dominicos y
franciscanos. La empresa religiosa tuvo amplio impacto construyendo varios
templos y conventos con obras de arte que forman parte del patrimonio cultural de
la nación. La sillería fue encomendada al maestro ensamblador y tallador
Salvador Ocampo en 1701 que se obligaba a “hacer, labrar y acabar dicha
sillería poniendo en ella demás de su trabajo personal y maestría los oficios
más primorosos que de dicho oficio hubiese...”.
Si bien el
cuidado artesanal estaba en las mejores manos de la época, el contenido
religioso recaía en el padre provincial de los agustinos fray Ramón Gaspar, a
quien se le debe la interpretación teológica. La magnífica sillería, compuesta
por 157 retablos finamente tallados en madera, permaneció en el templo de San
Agustín hasta 1861 cuando fue desmantelado luego de la nacionalización de los
bienes eclesiásticos. Hay distintas versiones sobre su paradero, pero el caso
es que en 1895 la obra ya ensamblada se la exhibió en el Aula General –que
luego se llamara El Generalito- de lo que hoy es el Museo de San Idelfonso.
Es
fundamental la pregunta sobre el por qué elaborar una otra de esas magnitudes. Se
sabe que la evangelización tuvo como principales aliadas a las imágenes, que
fueron la manera más eficaz de transmitir el mensaje cristiano a un pueblo
multilingüe y con profundos referentes religiosos propios, como el mexicano. Pero
esa no parece ser la única razón. Las pinturas y las imágenes ocupaban un rol
preponderante en la tarea de transmitir mensajes, la sillería más bien estaba
reservada al uso y aprecio de una pequeña élite ilustrada y practicante que tenía
acceso a ella, lo que indica que su intención no sólo fue la divulgación sino,
y tal vez fundamentalmente, la elaboración de un relato teológico sólido.
Lo que
muestra Martínez Assad es que en la sillería hay una intención teológica que
retoma los preceptos de san Agustín. El Génesis está representado en 46
retablos y el Apocalipsis en 19, siendo los libros más utilizados. La idea de
fondo es mostrar una visión del pecado original como inherente a la condición
humana, se trata de enseñar, como lo hiciera Agustín en la Ciudad de Dios, que la libertad del ser humano puede conducirlo a
dejarse gobernar por las pasiones y vicios de la carne, y que sólo someterse a
Dios es el camino para tener un “justo control sobre el cuerpo”.
La última
parte del libro –casi el 80% de las páginas- está dedicada a mostrar cada uno
de los retablos en una fotografía de alta calidad acompañada por el texto
original, citando el libro, capítulo y versículo bíblico. Esa es una de las
delicias del documento, poder pasear por cada uno de los episodios descubriendo
el origen y comprendiendo que cada pieza forma parte de una inteligencia
teológica apoyada en la Biblia. La precisión de las imágenes permite sumergirse
en los escenarios, apreciar los detales, las casas, los rostros, los vestidos,
y son una invitación a visitar la sillería en San Idelfonso con la convicción
de estar frente a una de las grandes obras de arte de México.
Publicado en la Jornada Semanal (3/04/2016
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