Reseña del libro "Mirarse para adentro" de Amalia Decker
Hugo José Suárez
Amalia Decker
vuelve a las librerías con una nueva novela: Mamá cuéntame otra vez (Ed. Kipus, Cochabamba, 2015). Como lo hizo
en otras ocasiones, la autora entreteje tres dimensiones a la vez: la política,
la autobiográfica y la histórica, todo
alrededor de la trayectoria de su personaje principal. En el texto se cuenta la
vida de Camila, una joven veinteañera de clase media alta proveniente de una familia con
un pasado profundamente militante (a propósito, lo de Camila imagino que
no es casual, buena parte de los padres de esa generación –por ejemplo Oscar Eid- le pusieron ese
nombre a sus hijos en honor al guerrillero colombiano Camilo Torres).
En medio una historia de amor, Camila dialoga
constantemente con su madre, quien a finales de los sesenta perteneció al
Ejército de Liberación Nacional y vivió los durísimos episodios de Teoponte y
todo el ambiente político de la época, con sus mayores miserias y sus
heroísmos. El diálogo entre madre e hija es el hilo de la narración que muestra
una confrontación generacional de dos realidades completamente distintas.
Decker enseña su posición crítica -y en muchos sentidos
autocrítica- de la generación a la que pertenece considerándola como ignorante, ingenua, equivocada
y torpe. Repasa “las atrocidades que se cometieron porque el fin
justificaba los medios y por la obcecación en la idea militar que obligaba a
acatar, sellar secretos eternos y no pensar” (192). Toda la novela tiene ese
tono devastador frente al “ ‘espíritu revolucionario’ que me obnubilaba”, y lo
que llama el “estado colectivo de enajenación mental” que atrapó a los
militantes de los setenta. Implacable, en
algún momento Camila le dice a su progenitora: “sólo tenía ganas de decirles
que fueron más sordas que una tapia y más ciegas que los limosneros de las
iglesias” (p. 170). De manera honesta,
además de mostrar la crueldad de la represión, la escritora devela tanto los
errores tácticos de las dirigencias, como las suspicacias y autoritarismos internos
que llevaron a ajusticiamientos y excesos inadmisibles.
El segundo eje de la novela es la crítica a los
revolucionarios actuales, por supuesto pensando en el masismo y la “Revolución democrática” del “proceso de cambio”, que habrían
perdido todo el misticismo que caracterizaba la acción política de las décadas
pasadas. De hecho, el hijo de una de las protagonistas –y su ex-esposo- encarnan
esa posición. Reflexiona la autora: “Estoy convencida de que los
‘revolucionarios’ de hoy son más pragmáticos y menos soñadores que los de
antes; de hecho, cuando ya han tomado el poder tienen pocos escrúpulos para
imponer sus criterios, aunque opten por un discurso extremo ya sea épico o
lírico, siempre parecido al del pasado” (p. 54). Camila, al comparar a su hermano
militante con los compañeros de su madre dice: “¿Y tú crees que a mi hermano lo
mueve el viento romántico que movió a tu generación? Hoy los tonos son
diferentes, muchos gritos a voz pelada, mucha amenaza y aparente coraje, pero
nunca los huevos que tuvieron ustedes para intentar su revolución en silencio,
clandestinamente, con una entrega irrepetible, sin perseguir la fama mediática
ni el poder personal” (p. 62).
Una tercera dimensión es la referida a Cuba y su
situación actual. La autora retoma la crítica más tradicional y los argumentos
clásicos contra el régimen: la falta de democracia electoral, la restricción para
viajar, las dificultades de la vida diaria en la isla, etc.
La novela tiene varias virtudes además de su ágil
redacción y su capacidad de atrapar al lector. La primera es que muestra
situaciones, diálogos, cotidianidades de los setenta a los cuales no estamos
acostumbrados a volver y que a menudo olvidamos con vergonzosa facilidad.
Podemos estar o no de acuerdo con su interpretación, pero transitar por esos
encuentros y tensiones nos ayuda a entender mejor cómo fueron las esperanzas y
las disputas de esa joven generación que le apostó al cambio de rumbo, acaso en
el momento equivocado.
Por otro lado, elabora un bosquejo de las posiciones
ideológicas y políticas en la Bolivia actual. Se concentra en lo que ella misma
representa, heredera de la izquierda guerrillera, luego dirigente y diputada de
izquierda en los ochenta y actualmente escritora de clase media alta. Desde ahí
sitúa a quienes están jugando las fichas de la arena política. Es cierto que deja
mal parados a los “revolucionarios” de hoy subrayando sólo su perfil más tosco
y caricaturizado, pero queda claro que esa es la facultad y libertad de quien
escribe. Por otro lado, analiza la trayectoria –aunque no desarrolla otras
posibilidades importantes en Bolivia- de la generación de guerrilleros de los
años del Che. Se puede ver en qué se convirtieron, dónde llegaron, cómo cargan
con su pasado y, sobre todo, cómo administran y resuelven las tensiones de
antes o cómo exorcizan sus fantasmas.
Quizás el mayor límite de la novela es juzgar –y
juzgarse- al pasado con los lentes del presente, lo que desdibuja incluso el
propio ambiente épico que llevó a cientos de conciencias a entregarlo todo por
el socialismo y la revolución, que en ese momento se lo veía no como un camino
suicida sino como una posibilidad histórica real. A ratos, la autora, desde esa
prisión y trinchera, no logra reconstruir las razones de la pasión por la
política que caracterizó a ese colectivo.
En suma, creo que es un texto muy valioso que nos ayuda a
entender una de las posturas respecto del pasado político boliviano y que
empieza a llenar un vacío autoreflexivo sobre ese período tan apasionado e
intenso. Es un libro infaltable en la biblioteca de quienes quieren entender
mejor las vicisitudes de la cultura política izquierdista en el país. Es,
además, una invitación a que distintas voces también cuenten su historia en esa
historia que todavía nos resuena con tanta fuerza.
Publicado en Página Siete (3/04/2016
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