Por 15 minutitos
Hugo
José Suárez
Como
soy curioso y sigo fielmente el consejo de Peter Berger que indicaba que los
sociólogos tenemos que mirar por el ojo de la cerradura y leer conversaciones
ajenas, a menudo me entretengo navegando por páginas y perfiles de Facebook de
propios y extraños. Unas semanas atrás me encontré con un intercambio sugerente.
Un
conductor paceño puso una foto de su coche siendo sancionado por la autoridad
municipal. Indignado, decía:
“Me
acaban de entrampar en el estacionamiento de la Plaza Abaroa por atrasarme 15
minutos de lo debido. Es así como funciona los parqueos de calles de la HAM La
Paz? Por 15 minutos de atraso tengo que pagar 100 bs. en el acto de una entidad
bancaria. Qué bancos funcionan a estas horas? Si no, pago remolque 300 bs. Qué
opinan ustedes?” (sic).
La
reacción de otro usuario, afín al MAS, abonaba: “capitalismo municipal al
máximo. Si es así la alcaldía no quiero imaginar de gobierno” (sic).
El
incidente me dio mucho qué pensar al menos en tres dimensiones. Primero, es
sabido que los bolivianos tenemos una peculiar relación con las certezas
(temporales, espaciales, laborales, políticas, etc.). Nos movemos con soltura y
comodidad en el reino de la ambigüedad. Si alguien te dice “mañana te lo
devuelvo”, puede significar la próxima vez que nos veamos, en un mes, unos
años, o nunca. “Un ratito” es la definición de tiempo más elástica que deja
mucho a la interpretación: el resultado preciso dependerá de las circunstancias
cuando se concrete ese “ratito”.
En
Tupiza, me cuenta mi madre que vivió allá, los campesinos diagnosticaban el
clima así: “de llover no va a llover, a no ser que lloviera”. Y claro, esta
apreciación se aplica a todo: la política, los negocios, las mediciones, las
relaciones personales, el amor, etc. (Basta que escuchar la Metafísica Popular
de Manuel Monroy). Viene a mi memoria una visita de unos amigos extranjeros que
me preguntaban las dimensiones del lago Titicaca; mi respuesta era “muy
grande”, o “no tan grande” (para referirme al lago Poopó). Ellos querían
kilómetros cuadrados y yo les daba nociones espaciales imprecisas.
Es
expandida la posibilidad de negociación con el tiempo. Unos años atrás, cuando
existía el Lloyd Aéreo Boliviano, todos sabíamos que jamás se cumplían los
horarios, y luego cuando llegó una nueva compañía aérea, hacía publicidad
repitiendo al final de cada vuelo algo así: “otro viaje más que llegamos a
tiempo”, como si esa no fuera su obligación y parte del contrato al adquirir un
boleto. Imagino lo absurdo que sonaría que cada tren suizo repita a sus pasajeros
que salió y llegó a tiempo de una estación a otra.
En
México, donde las cosas suceden de manera parecida, se usa a menudo la
expresión “tantito”, que puede significar muchas cosas de acuerdo a los
contextos. Pero los mexicanos crearon el antídoto: ante tal nebulosa se
pregunta “qué tanto es tantito”. También se ha creado otra innovación lingüística inteligente que
es “siempre sí” o “siempre no”, pues cuando el “sí” o el “no” no dan mucha
claridad, se los reafirma evitando la duda y consolidando la respuesta en uno u
otro sentido.
Pero
vamos a una segunda dimensión: la racionalidad jurídica moderna. En la segunda
parte del comunicado, el aludido se queja de una injusticia, pues el monto es
excesivo y los bancos están cerrados. Aquí nos cambiamos de país y vamos al
mundo de las leyes. Lo que se está reclamando es un desfase entre infracción y
sanción. Como sabemos, las sanciones varían con el tiempo y dependen de las
circunstancias históricas. Para calibrar mejor y evitar abusos o cobros
desmedidos, las naciones desarrollan instrumentos legales (procuradurías del
consumidor, amparos, abogados, juicios) que permiten que los ciudadanos puedan
quejarse y estar protegidos. Cuanto más clara la jurisprudencia, mayor
protección tendrían los ciudadanos y jugarían en un tablero con reglas claras,
y, ojalá, justas. En México, para aludir a un sistema jurídico igualitario, se
dice popularmente: “o todos pelones, o todos rabones”.
El
último añadido de la queja -tercera dimensión- se refiere a lo político y lo
económico. Se concluye que el accionar de los funcionarios municipales es un
tipo de capitalismo local cuyo responsable es el alcalde paceño. Es la reacción
visceral y militante que filtra la realidad por el lente ideológico y le hace
ver todo en blanco y negro, donde blanco es él y negro los demás. Cualquier
discurso ideológico tiene ese sesgo (neoliberalismo, comunismo y un largo
etcétera), pero en Bolivia lo llevamos “hasta las últimas consecuencias”. Somos
el país de las emociones, y podemos tener apasionadas discusiones que evitan
sistemáticamente la razón y cualquier argumento para someterlo a la posición
política.
En
suma, me quedo con tres características del ser boliviano en la actualidad: la
comodidad en el espacio de lo ambiguo, el sueño de la razón moderna que por lo
pronto es disfuncional, la pasión política como lentes privilegiados de
interpretación del mundo. Ya lo decía, nada mejor que mirar por el ojo de la
cerradura.
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